Optimismo radical

17 de marzo de 2013

Hay un salto al vacío, desde el aire. Y, a partir de aquí, un documental de Marcel Barrena sobre la vitalidad anárquica de Albert Casals: un chico de veinte años que, con su silla de ruedas ―el tratamiento a su leucemia de pequeño le debilitó las piernas― y veinte euros en el bolsillo, se dedica a viajar por todo el mundo. Ni más ni menos.

¿Cómo es posible?, nos preguntamos. Así: “Se trata de pensar lo que realmente quieres hacer y hacerlo. Si es viajar, viajas. Y si no, pues no viajes. Es simple en verdad la vida”. Así lo resume Albert Casals y así es su filosofía de vida. Y así el documental-diario personal Món Petit (2012), algo pequeño, sencillo, pero con un envoltorio tan cuidado como auténtico gracias a una buena premisa: Barrena no graba, no interviene. Aquí los protagonistas son Albert y Anna Socías, su novia ―su compañera en el viaje desde su Barcelona natal hasta East Cape, en Nueva Zelanda, el punto más alejado de su casa―, que cámara digital en mano graban ―siempre que pueden― su trayecto. El documental nace y se organiza más que nunca en el montaje: junto a las imágenes de su vuelta al mundo, se intercalan fragmentos del pasado (el porqué de su leucemia), con vídeos domésticos de su infancia, y fragmentos del presente (¿por qué Albert vive así?), con entrevistas a la pareja, a familiares y a amigos, el único punto del film donde aparece la cámara del director. De fondo, una exquisita banda sonora a cargo de Pau Vallvé, con temas de su trabajo 2010 (2010) más uno expreso para la ocasión, que acentúa el espíritu libre de la película. Y poco más: sencillez sobre ruedas. En este sentido Món Petit recuerda al documental Endless Road (2011), de Juan Rayos, donde también se vuelca una filosofía de vida a través de un recorrido espacial con cámara digital, en un vaivén entre imágenes bellas y entrevistas. Entonces el vehículo no era una silla de ruedas, sino unos longboards manejados por varias chicas, pero ambos documentales tienen la virtud de crear a través del espacio y de una puesta en escena inmediata y natural una sensación de realidad constante.

Hay un salto al vacío, el mismo del principio, desde el SkyTower de Auckland. Y se completa el recorrido circular, de una punta a la otra del planeta, con una silla de ruedas, veinte euros y un protagonista que con su sonrisa permanente y su descaro puntual hace que el mundo (le) resulte cada vez más pequeño.