¡El indulto, el indulto!

11 de noviembre de 2009

Volvemos a las andadas: Berlanga en la dirección y en el guión, pero junto al gran Azcona en esta última labor. Más: años 60. Lugar: la España ceniza de la posguerra. Se espera, pues, una comedia negra (negrísima) a manos de dos grandes del cine español. Berlanga es uno de sus grandes directores, junto a Buñuel y J. A. Bardem, con obras como la divertida Bienvenido Mister Marshall (1953), Plácido (1961) o La escopeta nacional (1977).

Uno de los grandes aciertos de la película es, sin duda alguna gracias a Azcona, su humor negro, ese humor que se pone a disposición de las situaciones trágicas, como ya se pudo ver en la ya comentada El pisito, de Ferreri. El verdugo (1963) retrata una España costumbrista y decente, salpicada por secuencias con diálogos desternillantes. Y si hablaba antes de dos grandes del cine español, cabe sumarle a éstos, indudablemente, uno más: el maestro Pepe Isbert. Él es el eje de la película, con frases y respuestas antológicas: "La raza degenera", el pequeño discurso que da a su futuro yerno sobre los diversos métodos de ejecución (que si la guillotina, que si el garrote vil, éstos dos, por supuesto, mucho mejores que la cruel silla eléctrica de los norteamericanos), las repetidas "que llegará el indulto"... La cinta es un ejercicio constante de humor negro: la secuencia de los empleados de Pompas Fúnebres en el aeropuerto, haciéndose una foto con Charlon Eston; los músicos del velatorio ejercitando sus instrumentos a ritmo de jazz; la boda a la luz de una vela o la santa benemérita buscando y llamando por altavoz al nuevo y joven verdugo en mitad de un espectáculo para guiris. Tronchante. Y el reparto es de vértigo: junto al gran Isbert, están Emma Penella, el italiano Nino Manfredien en el papel de español, el eterno José Luis López Vázquez como sastre, y las memorables apariciones de Chus Lampreave, Alfredo Landa o Antonio Ferrandis.

Llegando al final, Berlanga crea un maravilloso plano-secuencia en grúa, una lección de cómo enfrentarse a la muerte no deseada, con la distancia justa, con el alejamiento preciso: vemos al acusado y al verdugo, los dos dirigiéndose en contra de su voluntad a un mismo fin de distintos procederes. Las paredes blancas, los guardias de la cárcel de negro, dos masas humanas avanzando hacia la puerta que les conduce a la escena del crimen, y la cámara subiendo y alejándose de tan triste espectáculo. Sólo queda el gorro veraniego del joven verdugo rezagado en el suelo. En la siguiente y última secuencia, apreciamos que la desgracia de José Luis se ha producido, y el final de una película tan cómica deviene amargo, como era de esperar después de casi hora y media de risa, como era de esperar, sobre todo, a manos de Azcona. Ya en el muelle de despedida, el verano y la fiesta se quedan en la isla, mientras los verdugos regresan de nuevo a la casposa capital, todo a ritmo de twist agridulce.

Qué mejor que despedirse con una gran frase del maestro Isbert:

Corcuera: - ¿Qué, ha habido mucho trabajo este año?
Amadeo: - No, regular. Aquél que se cargó a la mujer, y a los hijos y a un guardia jurado. Era un simple.




Reseña de Carlos Aguilar
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Un empleado de Pompas Fúnebres conoce a Carmen, la hija de un verdugo, sorprendiéndoles éste un día la intimidad. Tendrán que casarse, pero en vista de la carencia de medios y de piso se verá obligado a solicitar una plaza de verdugo. Una de las obras del cine español en general y de Berlanga en particular, de una acidez muy especial y con un perfecto dominio técnico de la propuesta.