Poesía visual

14 de octubre de 2009

Descubrí a Aki Kaurismäki hace dos años y he visto casi todas sus películas, a excepción de Leningrad Cowboys Go America (1989) y alguna más. He dudado enormemente a la hora de reseñar una de ellas, pero al final me he decantado por ésta, tal vez la mejor de todas para mí. Aun así, son fervientemente recomendables todo el resto, destacando su trilogía del proletariado -Sombras en el Paraíso (1986), Ariel (1988) y La chica de la fábrica de cerillas (1990)-, su adaptación del Hamlet shakesperiano -Hamlet se va de negocios (1987)-, el retrato cómico de la vida bohemia en blanco y negro -La vida de bohemia (1992)-, su película muda -Juha (1999)- y sus últimas Luces al atardecer (2002) y Un hombre sin pasado (2006).

Nubes pasajeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996) reúne todo el arte de Kaurismäki: un cine de parquedad narrativa, en el que poco se dice -él mismo diría a propósito de Juha que en el cine de hoy día se habla demasiado- y mucho se ve; una cuidada fotografía, con sus oscuros rotos por la luz adecuada; el predominio de los colores apagados, con insistencia en el azul; una música de raíz melancólica e identitaria: el rock, la música finlandesa popular y el tango; unos actores que desconocen la sobreactuación y sí el naturalismo, unos modelos bressonianos; unas historias claras, concisas, directas y muy humanas; y un juego constante con el fuera de campo y la elipsis, que riega el intelecto del espectador. Reuniendo todos estos ingredientes, yo no dudo de que esto, en esencia, es Arte. Con todo, Kaurismäki trabaja habitualmente con los mismos actores. Dos de los más frecuentes han sido Matti Pellonpää (fallecido en 1995 por un infarto) y su gran actriz Kati Outinen, esa mujer tan emotiva y conmovedora, de ojos profundamente melancólicos que revelan todo lo que no dice (ni necesita).

Más: su enorme guión, tan bien hilvanado, con una perfecta estructura (su presentación, su clímax, su desenlace), con los tiempos bien medidos, y que conecta, como dice Aguilar, con el neorrealismo italiano en cuanto a cine obrero en su excelencia. Kaurismäki es realista y duro con sus personajes "económicamente modestos" (como diría Azcona), aunque al final acostumbra a darles un pequeño y último respiro que les alivia de su pésima situación. Su guión y, a falta de sus duras elipsis temporales, sus también transiciones temporales, como aquella en la que Ilona busca empleo, desconsolada.

Poesía visual. Eso es el cine de Kaurismäki. No se calienten más. Punto y final. 




Reseña de Carlos Aguilar
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Al tiempo que quiebra un restaurante donde trabaja una mujer, el marido de ésta es despedido de su empleo como conductor de autobús... Uno de los mejores filmes del gran Aki Kaurismäki, donde su propio e inconfundible sentido del cine (economía narrativa, sobriedad técnica, precisión cromática, sentido ético) conecta a la perfección con otros paradigmas, como Frank Capra o el Neorrealismo italiano. Una obra maestra, al unísono sofisticada y modesta, tan lúcida como tierna, de una expresividad arrolladora a la vez que sutil. Una de las cimas del cine de los años 90, muy especial, inolvidable.